A pesar
de no haber votado por el “mal menor”, es decir, por Ollanta Humala, pensar que
podría tratarse de un presidente con tantas falencias era una idea muy distante
en aquel entonces, pues estas tantas falencias son muy difíciles de encontrar
en hombres de Estado. Sólo en el Perú podría ocurrir una cosa semejante.
No me
refiero precisamente a falencias de orden cultural, ni siquiera de
conocimientos elementales. Se trata de una ceguera impropia de ciegos o
tuertos. Un ciego o un tuerto se conectan con suma facilidad con el entorno
social y puede superar la limitación física, a pesar de la indolencia o
indiferencia de un sistema imperante de exclusión social.
Un
presidente nacional, con todas las prerrogativas, con todo el apoyo popular,
con una oposición disminuida, con una esposa y primera dama muy inteligente,
joven y trabajadora, con una bancada congresal mayoritaria, con aliados
penitentes e impenitentes, con las fuerzas armadas y policiales saturados de “personal
con rodilleras” y miembros de su promoción, con dirigentes cocaleros y “de los
otros” como incondicionales aliados, etc., etc.,… no parece ser justo que
cometa semejantes barbaridades como el reciente y vergonzoso acto, tristemente
conocido como “la repartija” o
reparto de cargos públicos, cuya condición de autonomía y alto nivel le
permitiría consumar una serie de acciones reñidas contra la constitución y la
moral de toda una nación.
Ollanta
Humala prácticamente se ha ensañado contra el pueblo peruano, primero
incumpliendo sus promesas al asumir el máximo encargo de la nación. Luego, en
vez de generar conciencia y solidaridad con los pueblos más alejados, más bien
promovió una serie de conflictos sociales tratando de usufructuar los recursos
minerales, arrebatando y depredando los recursos hídricos y bosques naturales;
al lado de la gran empresa irresponsable. Luego, encabezó una maquinaria desde
la bancada oficialista para lograrel “blindaje” o encubrir actos delictuosos
cometidos por altos mandos militares, policiales y hasta civiles, como es el
reciente y cínico apoyo a su cogobernante, el ex presidente Alejandro Toledo,
pese al clamor popular y a las bárbaras contradicciones del “sano y sagrado”,
que ponen en ridículo a la administración de justicia nacional ante los
organismos internacionales.
Finalmente,
cual moderno Pilatos, “pidió que renuncien” los personajes designados desde
Palacio vía Congreso a través de un pacto infame con fujimoristas y toledistas,
pero cuestionados por todo un pueblo que empieza a despertar luego de un largo
letargo en la actividad política. Aquel despertar no es tardío y merece el
reconocimiento de todo el pueblo peruano, porque quienes
se movilizaron fueron los jóvenes universitarios de la UNMSM, de la Católica,
de la UNI, de la Agraria y hasta de universidades de reciente creación. Fueron
nuestros jóvenes quienes rechazaron con contundencia esta afrenta de un
presidente con ceguera política, incapaz de conectarse con la realidad, incapaz
de valorar la oportunidad que el pueblo peruano le dio para reivindicarse y
llenarse de gloria pudiendo cumplir con un proyecto político que sólo sirvió
para la campaña electoral. Su bancada congresal quedó totalmente desacreditada
ante la huachafería portátil condicionada de prebendas.
Un cambio
de actitud no le vendría mal a nuestro presidente de caminatas y carreras.
Tiene tiempo de reivindicarse, tiene tiempo de “descolgarse de aliados
nacionales y extranjeros que sólo han demostrado restar”, tiene tiempo para
darse cuenta que la extrema sobonería también es perjudicial y aún tiene tiempo
para curar heridas abiertas a nuestra democracia, saldar deudas al pueblo
peruano y a reencontrarse con el verdadero encargo que el pueblo le dió con
esperanzas.
“No hay peor ciego que aquél que no quiere
ver”.
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