7 de diciembre de 2011

LA SOLIDARIDAD SOCIAL


La solidaridad social consiste en colaborar de manera desinteresada con el bien común. Es un principio fundamental cuya práctica hace posible el desarrollo de una sociedad.
La palabra solidaridad proviene del sustantivo latín soliditas, que expresa la realidad homogénea de algo físicamente entero, unido, compacto, cuyas partes integrantes son de igual naturaleza.

El cristianismo adoptó por primera vez el término solidaritas, aplicado a la comunidad de todos los hombres, iguales todos por ser hijos de Dios, y vinculados estrechamente en sociedad. En consecuencia, el concepto de solidaridad está estrechamente vinculado con el de fraternidad de todos los hombres; una fraternidad que les impulsa buscar el bien de todas las personas, por el hecho mismo de que todos son iguales.

Podemos concluir que la solidaridad está fundada principalmente en la igualdad radical que une a todos los hombres. Esta igualdad es una derivación directa e innegable de la verdadera dignidad del ser humano, que pertenece a la realidad intrínseca de la persona, sin importar su raza, edad, sexo, credo, nacionalidad o partido.

ACTUALMENTE
En nuestros días, la palabra solidaridad ha recuperado popularidad y es muy común escucharla en las más de las esferas sociales. Es una palabra indudablemente positiva, que revela un interés casi universal por el bien del prójimo.

Creemos que una de las consecuencias favorables que nos ha ganado la globalización es, precisamente, una visión más conjunta del mundo entero; un sentido de solidaridad mayor entre los hombres. El problema del hambre en África, las sucesivas guerras en el Medio Oriente, la violación de los derechos humanos en casi todas las sociedades, etc., forman parte de la antítesis de la solidaridad social, pero llevada a la praxis por el hombre abusivo, corrupto, egoísta y hasta criminal.

En la coyuntura político social presente, estamos viviendo una serie de conflictos sociales, los mismos que vienen de gobiernos pasados, como demandas sociales sin resolver y que se están agudizando gracias al doble discurso y falta de sinceramiento por parte del gabinete Ollanta Humala.

Uno de los más agudos conflictos es el que corresponde a la protesta del pueblo cajamarquino contra el proyecto minero Conga, proyecto que se teme, seque las reservas naturales de aguas que goza el extenso pueblo norteño en el Perú y cuyas principales actividades económicas son la agricultura y ganadería. Reemplazar estas actividades por la explotación intensiva de la minería, no sólo generaría un alto índice de contaminación del medio ambiente. También crearía un “shock laboral” en toda la región, a sabiendas que no todos se podrían insertar en la actividad minera e manera eficiente. El mercado de alimentos descendería brutalmente, lo que como consecuencia elevaría ostensiblemente los precios al consumidor. Serían los primeros efectos, pero el impacto social sería aún mucho más grande y perjudicial.

SOLIDARIDAD EN SOCIEDAD
Tenemos que afirmar, antes que cualquier otra cosa, lo siguiente: no es conveniente observar la solidaridad entre pueblos distintos sin tener clara la dimensión humana que esto conlleva: las naciones no son entes subsistentes en sí mismos, sino que subsisten en los seres humanos que los conforman. Por eso, no hay que ignorar lo que realmente sucede. Cuando una nación es solidaria con otra nación, realmente los individuos que pertenecen a una nación están siendo solidarios con las personas que viven en otra nación.

Las naciones no son capaces de la solidaridad, sino a través de los individuos que las conforman. La solidaridad no es susceptible de perder su dimensión humana, aún cuando esté siendo llevada a cabo más allá de la propia sociedad.

Entendido esto, podemos proseguir. La solidaridad en el ámbito internacional sólo es comprensible cuando se tienen por verdaderamente iguales en derechos todas las naciones, independientemente de su influencia económica o cultural dentro de un mundo que se inclina a favorecer la tan nombrada globalización.

CONCLUSIONES
Estamos convencidos de los efectos positivos que deben de derivarse de una correcta disposición para la solidaridad universal. Pero nos hace falta hacer el acotamiento en este estudio sobre las consecuencias que se desprenden por la falta de solidaridad entre los hombres.

El supuesto bienestar que logran los hombres cuando, a fuerza de derribar a los otros, de utilizarlos como simples escalones para subir al éxito, de olvidarlos en la desdicha, de ignorarlos en la pobreza, de sumirlos en la ignorancia, es sólo una desdichada farsa de poder y comodidad que tiene sumida a la sociedad en un estancamiento fétido de intereses personales que ha relegado al olvido la confianza entre los hombres. El desarrollo momentáneo que consiguen los países cuando explotan a otros, o dejan de ayudarles, o propician su subdesarrollo, o se enfrentan en guerra y vencen, es sólo un espejismo efímero de bienestar material, pervertido de egoísmo y deshumanización.

La falta de solidaridad no sólo afecta a los necesitados, o a los países en desarrollo, o a los ignorantes. La falta de solidaridad se revierte en contra nuestra, y nos afecta tan directamente como a los más necesitados. Ser solidarios con los demás, podemos decir, es ser solidarios con nosotros mismos, pero de una manera genuina, legítima. Preocuparnos por nosotros y por los nuestros es lícito, pero no a costa de los demás, sino de la mano de los demás, colaborando con el desarrollo de todos.

Primero en la familia, luego en la comunidad; más tarde en la sociedad o más allá de nuestras fronteras. El desarrollo de todos es también mi desarrollo; el bien de todos es también mío.
La solidaridad debe ser verdadera, tangible, cierta. Debe ser activa, perseverante, constante. No es posible confundirla con un vago sentimiento de malestar ante la desgracia de los demás. La solidaridad, en el compromiso del hombre y de la mujer, es un servicio a aquellos cuyas vidas y destinos están ligados estrechamente entre sí. La solidaridad es entrega y, por tanto, diametralmente opuesta al deseo egoísta, que impide el verdadero desarrollo.

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